lunes, 20 de noviembre de 2017

Testimonio de los primeros Padres de la Iglesia - you tube -

CUARTA PARTE

PROFUNDIZACIÓN EN LA ACLARACIÓN DEL MISTERIO
DE LOS CRISTOS

CRISTO EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

CAPÍTULO XXXI
TESTIMONIO DE LOS PRIMEROS PADRES DE LA IGLESIA

Cristo, Señor del Sol y regente de la Tierra, no pertenece al tiempo sino a la eternidad. Él mismo declaró: "Yo y mi Padre somos uno" y "Antes de que Abraham fuera, Yo Soy".
Atanasio, uno de los primeros padres de la Iglesia, afirmaba expresamente que Cristo es, a la vez, creador y señor del Sol. "Nuestro Señor el Sol" es una expresión que se usó en las plegarias de la Iglesia hasta el siglo quinto o sexto d. C. y fue incluida en la liturgia, siendo luego transformada en "Nuestro Señor Dios".
El Génesis relata la historia de la creación con brevedad algebraica. Pero San Juan, el más profundo intérprete de Cristo en Su aspecto cósmico, declara que este divino Ser estaba presente al comenzar la creación y que todas las cosas vinieron a la existencia mediante Su actividad creadora. Este tema fue más ampliamente elaborado por Lactancio, un comentarista del siglo cuarto. Como no era teólogo sino retórico, nunca se le dio un lugar entre los líderes de la Iglesia, lo cual hace sus comentarios tanto más significativos en algunos aspectos.

Lo citamos:
"Dado que Dios tenía perfecta previsión en el propósito y perfecta sabiduría en la acción, antes de comenzar Su trabajo del mundo, para que pudiese manar de Él como una corriente, y fluir en un largo curso, produjo un Espíritu como Él mismo, dotado del poder de Dios su Padre. Dios, pues, cuando comenzó a estructurar el mundo, situó a éste Su primogénito y más elevado Hijo a la cabeza de toda la obra y, al mismo tiempo, lo nombró consejero y creador para proyectar, ordenar y completar todas las cosas, ya que Él es perfecto en previsión, inteligencia y poder. Dios, por tanto, el inventor y proveedor de todas las cosas, antes de iniciar la hermosa fábrica del mundo, engendró un santo e incorruptible Espíritu, al cual llamó Su Hijo".

En su Epítome de las Instituciones, Lactancio desarrolló aún más este tema. Y escribió:
"Dios, en el principio, antes de crear el mundo, engendró del manantial de Su propia eternidad y de Su propio y eterno espíritu, un Hijo incorruptible y leal, como corresponde al poder y majestad de Su Padre. Él es el Poder, la Razón, la Palabra y la Sabiduría de Dios... asociado al poder supremo... pues todas las cosas fueron hechas por Él y ninguna sin Él".
El siguiente extracto de una carta originaria del Consejo de Antioquía, muestra las creencias de la Iglesia primitiva, probablemente originarias del tiempo de los Apóstoles: "Reconocemos que el único Hijo engendrado es el Dios invisible, engendrado antes de toda creación, la Sabiduría y la Palabra y el Poder de Dios, que fue antes que los mundos... como lo conocimos en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. Pero, si alguien pretende que nosotros hablamos de dos dioses cuando predicamos que el Hijo de Dios es Dios, consideramos que ese tal debe salir del canon eclesiástico... Nosotros creemos que Él estuvo siempre con el Padre y cumplió la voluntad de Su Padre creando el universo.". Luego, el Consejo cita a Juan 1:3 y Colosenses 1:16 para demostrar que el mundo fue creado por Cristo como "realmente existente, actuante, siendo, a la vez, el Verbo de Dios mediante el cual el Padre hizo todas las cosas... Ni fue el Hijo un mero espectador ni estuvo simplemente presente, sino que actuó eficientemente en la creación del universo. Y fue Él quien, cumpliendo la orden de Su Padre, se apareció a los Patriarcas..."
Bernabé, un aventajado discípulo de San Pablo, dice en su Epístola apócrifa que "el Señor soportó sufrir por nuestros pecados, aunque El es el Señor del mundo al cual Dios le dijo, antes de la construcción del mundo... hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, y que tenga dominio sobre las bestias de la tierra y sobre las aves del aire y los peces del mar. Y, cuando el Señor vio al hombre que había formado y vio que estaba bien, dijo, creced y multiplicaos y rellenad la tierra.
Y hasta aquí habló a Su Hijo".
Los primeros Padres de la Iglesia, algunos de los cuales recibieron sus enseñanzas directamente de los Doce originales, reconocían la necesidad de ese resplandeciente Ser Solar que adquirió la apariencia humana para que el hombre pudiera establecer contacto directo con Él.
Refiriéndose al Espíritu Solar, Ireneo, un célebre Padre de la iglesia griega del siglo segundo, dijo que "pudo haber venido a nosotros en su incorruptible gloria, pero nosotros no hubiéramos podido soportar la grandeza de su gloria". Y Orígenes, otro Padre griego (185-243 d. C) escribió: "El cual (el Verbo), estando en el principio con Dios, se hizo carne para que pudiera ser comprendido por los que no eran aún capaces de mirarlo en Su aspecto de Dios que estaba con Dios y que era Dios". Y añade: "Descendiendo hasta el que no era capaz de mirar la chispeante brillantez de Su divinidad, se hizo humano".
De nuevo citamos a Lactancio: "Las Escrituras enseñan que el Hijo de Dios es el Verbo o Razón de Dios" y añade concretando: " Si alguien se asombrara de que Dios fuese engendrado por Dios mediante la voz y el aliento, dejaría de maravillarse al conocer los sagrados anuncios de los profetas".
Tertuliano, un célebre escritor eclesiástico y Padre de la Iglesia Latina (150-250 d.C.) explicó: "Dios no hubiera podido entrar en conversación con el hombre sin asumir los sentimientos y afectos humanos, mediante los cuales pudo atemperar la grandeza de Su majestad, que hubiera resultado insoportable para la debilidad humana... aunque era necesaria para el hombre".
San Clemente de Roma, que vivió en el siglo primero d. C. y del que se dice que fue el tercer obispo de Roma después de San Pedro, dice de Cristo: "El brillo de cuya majestad es mucho más elevado que el de los ángeles, puesto que ha recibido en herencia un nombre más excelente".
El Señor Cristo es el más avanzado de los Arcángeles, que están, en la evolución, un escalón por encima de los ángeles. En el libro apócrifo de Hermes (siglo II d. C.) aparece esta afirmación: "El Hijo de Dios es más antiguo que cualquier otra criatura, de modo que estuvo en la Creación aconsejando a Su Padre".
Dios el Padre es el más elevado iniciado de la Jerarquía de Sagitario, llamada de los Señores de la Mente. Cristo es el más elevado iniciado de la Jerarquía de Capricornio, hogar de los arcángeles.
Este gran Ser estuvo con el Padre en los momentos de la Creación; y en el segundo día, en el Período Solar, se consagró a Sí mismo como Regente de la Tierra y salvador de la humanidad. Debe observarse, pues, cómo estos dos Seres trabajaron en armonía durante la creación de este planeta y de todo lo que en él existe. Los Doce Discípulos originales, junto con los discípulos de éstos, como se dice por los Padres de la Iglesia de las tres primeras centurias, eran iniciados, capaces de estudiar los registros akásicos (la Memoria de la Naturaleza) en los que estas verdades están indeleblemente grabadas.
Por eso San Pablo se refiere a Cristo en Colosenses 1:15 como "el primogénito (primero engendrado) de toda criatura". Se deduce de ello que San Pablo quería decir que Cristo no fue creado, sino que existía antes de la Creación; en otras palabras, que era autoexistente con el Padre.
Justino Mártir, un Padre de la Iglesia griega del siglo primero, llama expresamente a Cristo " el primero engendrado de Dios, antes de todas las cosas creadas". Orígenes hace una afirmación similar indicando que la doctrina relativa a la naturaleza cósmica de Cristo era una enseñanza generalizada entre los fundadores de la Iglesia primitiva. Dice Orígenes, poniendo estas palabras en boca de Dios: "Te he engendrado a ti antes que a toda criatura inteligente"; y añade: "Cristo fue la imagen del Dios invisible, engendrada antes de toda criatura e inaccesible a la muerte".
El tema Crístico, como una hermosa sinfonía, resuena a lo largo del Antiguo Testamento y sus ecos se hallan en los escritos de los primeros devotos cristianos. De acuerdo con Tertuliano e Ireneo, fue Cristo el que habló a Adán en el Jardín del Edén. Ireneo dice también que fue Cristo quien aconsejó a Noé con relación a la destrucción provocada por el Diluvio.

EL MISTERIO DE LOS CRISTOS

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