miércoles, 23 de marzo de 2016

El Jueves Santo


EL JUEVES SANTO
LOS MISTERIOS DE LOS CRISTOS
de Corinne Heline

         Para preparar el Rito de la Eucaristía, que tuvo lugar el Jueves Santo, Cristo comisionó a dos de Sus discípulos para ir a la ciudad, donde encontrarían a un hombre con un cántaro de agua. Debían seguirle hasta una casa en la que debía prepararse una gran "habitación superior" para la llegada del Maestro y Sus discípulos. Irían a celebrar juntos allí la cena de Pascua.
         Estas instrucciones son, realmente, un anagrama críptico perteneciente al desarrollo esotérico del aspirante. El hombre que lleva un cántaro de agua hace referencia a Acuario, el signo del Portador de Agua, regente de la Nueva Edad, en que el espíritu de la verdadera iluminación será derramado de nuevo sobre toda la carne, y cuya preparación tenía lugar entonces. La "habitación superior" es la cabeza, la cual, cuando está "amueblada y a punto", gracias al despertar de los centros espirituales de su interior, proporciona la visión de los mundos internos y superiores. Con la glándula pineal y el cuerpo pituitario despiertos y activados, se levanta el velo del Sancta Sanctorum y el hombre se encuentra en presencia de su propio Yo Superior, como creado a imagen y semejanza de Dios y capaz de manifestar los poderes del hombre crístico.
         A la luz de esta lectura simbólica, puede deducirse cuál era el status espiritual de Pedro y Juan, los dos discípulos enviados delante por el Maestro. Ambos habían sido ya encontrados dignos de entrar en la "sala superior". Suyo era entonces el privilegio de preparar el camino para cualquiera que, en cualquier tiempo futuro, desease seguir sus pasos.


         Quizás la humildad y la voluntad y disposición para servir a todos y a cada uno, sea la más importante lección que ha de aprender el candidato a la Iniciación. Hasta que esta lección no ha sido dominada, el hombre no se encuentra suficientemente cualificado para gobernar y manejar con seguridad los poderes que la Iniciación le confiere. Hay una ley fundamental de la evolución que establece que los más avanzados sólo pueden continuar su subsiguiente progreso si se detienen para servir a los más rezagados y para ayudarles a alcanzar niveles superiores. El sacrificio propio yace en el corazón de toda verdadera consecución. Y fue por obediencia a esta ley cósmica por lo que el Lavatorio de Pies precedió a la más excelsa de las enseñanzas que el Maestro impartió al círculo de Sus más próximos discípulos a lo largo de todo Su ministerio terrenal. "Si no te lavo - respondió Él cuando Pedro protestó que el Maestro no debía humillarse así -, no tendrás parte en ". La humildad y el olvido de sí mismo son las palabras de pase para la consecución más elevada. Es aquél que se anula el que lo alcanza todo.
         Cristo conocía el elevado destino que aguardaba a Pedro, cuando su orgullo e impetuosidad fueran reemplazados por una serena humildad. Consecuentemente, Pedro se convirtió en la figura central de la escena del lavatorio con la cual se da, a todos los discípulos de todos los tiempos, la suprema lección, objetiva, de la humildad, como requisito previo para la consecución espiritual.
         Debido a la vieja costumbre de lavar los pies a los pobres en este día, en cumplimiento del "nuevo mandamiento", la iglesia lo denominó Jueves del Mandato, término derivado del latín "mandatum", que significa "mandamiento".



     LA ÚLTIMA CENA

         "Si tú te elevas a Cristo para celebrar la Pascua con Él, Él te dará el pan de la bendición, Su propio cuerpo; y te entregará Su propia sangre". - escribió Orígenes, el místico primitivo cristiano.
         La última Cena o Rito de la Eucaristía ha formado parte de todas las enseñanzas iniciáticas que se han dado al hombre en todos los tiempos. En Egipto, los místicos pan y vino significaban las bendiciones del dios sol, Ra. En Persia, la Eucaristía formaba parte de los Misterios de Mitra. En Grecia, el pan estaba consagrado a Perséfone y el vino a Adonis. También se refiere a este rito un viejo fragmento del indio Rig-Veda: "Hemos bebido soma; - dice - nos hemos hecho inmortales; hemos entrado en la luz; hemos conocido a los dioses".
         Cada edad, pueblo o religión han recibido este sacro ritual del pan y el vino, y siempre ha sido observado como el ceremonial que ha proporcionado las más elevadas enseñanzas que en ese momento se podían impartir. Con cada era y cada religión posteriores, al ampliarse la revelación divina, el ritual eucarístico ha ido adquiriendo significados más profundos, alcanzando su más honda significación espiritual cuando Cristo, el Supremo Maestro del Mundo, celebró el Rito con Sus discípulos en la Sala Superior, en la medianoche del Jueves Santo, inmediatamente anterior al Viernes Santo o Día de la Pasión. Entonces Cristo enseñó a Sus discípulos cómo manifestar los poderes del Grado de Maestro.
         En la célebre carta de Plinio a Trajano, escrita el 112 d. C., dice que, determinados días, los primitivos cristianos celebraban dos reuniones: Una, antes del alba, en la que cantaban himnos a Cristo y se comprometían, mediante un "sacramento," a no cometer ningún crimen; y otra, al anochecer, en la que tenía lugar el Ágape o Banquete del Amor.
         El vino simboliza el cuerpo de deseos, limpio y transformado, del discípulo. El pan representa el puro y luminoso cuerpo etérico. Mediante la combinación de las fuerzas espirituales de estos dos vehículos, debidamente preparados, es como se pueden manifestar los poderes correspondientes al Maestro. Cada uno de los santos hombres y mujeres que participaron en la Última Cena con Cristo, habían purificado sus cuerpos de deseos y vital, de tal modo, que fueron capaces de recibir y transmitir los poderes crísticos para la curación y la iluminación espiritual de todos a los que les fue dado servir.
         Viviendo una vida pura e inofensiva durante un período, cuya duración varía según el desarrollo anterior existente, la conservación en el cuerpo de la fuerza creadora de vida, produce una fuerza vital de orden superior que irradia del cuerpo y que puede ser dirigida y utilizada a voluntad en servicio de los demás. Esta emanación etérica, en la noche de la Última Cena, alcanzó en los discípulos un grado de luminosidad que nunca antes había alcanzado. Cada uno de ellos entregó esa emanación anímica a Cristo en el momento de la Última Cena. Dirigiendo esa fuerza hacia Sí mismo e incrementándola con Sus propios poderes divinos, Cristo apareció ante ellos en toda la gloria del cuerpo de Su Transfiguración. Entonces derramó esta poderosa corriente de energía sobre el pan y el vino, magnetizándolos con la magia de la alquimia espiritual, hasta que ambos brillaron con el esplendor de joyas indescriptibles.
         En posteriores celebraciones de la Eucaristía por los primitivos cristianos, los poderes divinos desarrollados por el ceremonial magnetizaban el pan y el vino, de tal modo y hasta tal grado, que las sustancias así santificadas se empleaban muy frecuentemente para curar a los enfermos. Por eso la Eucaristía era denominada, propiamente, "la medicina de la inmortalidad".
         La Cena de aquella primera noche de Jueves Santo concluyó con el Padrenuestro, un mantra de inmenso poder, si se emplea correctamente, y con el "beso de la paz". Con ello se expresaban la unidad y la armonía que habían logrado y la reserva común de poder espiritual que habían generado, con el fin de derramar el impulso de Cristo por el mundo, para su consuelo y redención. Habían alcanzado la verdadera fraternidad, que es el primer requisito para el éxito efectivo del grupo. Aquí se encuentra la respuesta a la pregunta, tantas veces formulada, de: "¿Estuvo Judas presente en la Última Cena?".
         San Ambrosio, obispo de Milán en el siglo cuarto, escribe que en el ritual practicado por los primeros cristianos, el pan era partido y agrupado formando una figura humana, representando así el cuerpo de Cristo, destrozado por el mundo, con el fin de que la Humanidad caída pudiera ser salvada.
         Las Iniciaciones Menores son nueve en número y se corresponden con los Nueve Misterios de la vida de Cristo Jesús que son éstos:

         1.- Encarnación
         2.- Natividad
         3.- Circuncisión
         4.- Transfiguración
         5.- Pasión
         6.- Muerte
         7.- Resurrección
         8.- Glorificación
         9.- Ascensión

         El cuerpo humano es el templo del espíritu interno y cada etapa de la expansión de conciencia produce el correspondiente desarrollo en el cuerpo físico. Desde el punto de vista de la anatomía oculta, el pan consagrado representa la nueva fuerza vital que se ha producido en el cuerpo como consecuencia de la conservación y transmutación de la sagrada fuerza creadora.
         El Cáliz o Santo Grial representa el nuevo órgano etérico que ya ha comenzado a formarse en el cuerpo de los pioneros de la Nueva Era. Este órgano tiene su centro de poder en la laringe, la cual se convertirá en el instrumento para pronunciar la Divina Palabra Creadora. Este poder se habrá adquirido cuando la fuerza vital creadora, centrada ahora en la base de la espina dorsal, haya sido elevada hasta su punto más alto, en la cabeza, y el proceso físico creador se haya sublimado en su contraparte espiritual.
         El "cáliz de la flor" o nuevo órgano espiritual que se está formando ahora en la garganta, formará un eslabón que conectará directamente la cabeza y el corazón, con el resultado de que el hombre será capaz de pensar con el corazón y de amar con la cabeza. Este nuevo órgano le permitirá recuperar la memoria de las vidas pasadas. Esta recuperación no será entonces más difícil de lo que ahora resulta recordar acontecimientos acaecidos algunos años atrás en esta vida. Cristo se refería a este desarrollo cuando dijo: "No beberé más del fruto de la vid hasta el día en que lo beba de nuevo en el Reino de Dios".
         El significado oculto del Santo Grial ha sido el mismo a través de los siglos, como bien indica la siguiente cita de Apuleyo, filósofo romano del siglo segundo. Describiendo esa copa como simbólica del órgano en desarrollo en la garganta, dice que, en la procesión de los Misterios, "uno transportaba un objeto que alegraba el corazón, un invento exquisito, sin comparación con ninguna criatura viviente, hombre, pájaro o bestia: un maravillosamente inefable símbolo de los Misterios, para que fuera contemplado en profundo silencio. Tenía la forma de una pequeña urna o copa de oro bruñido; su tallo se prolongaba lateralmente, proyectando como un largo riachuelo; a su alrededor culebreaba una serpiente de oro, doblando su cuerpo en ondas e irguiéndose".
         El vástago o tallo de este órgano, en forma de copa, está formado por la esencia del fuego kundalini de la espina dorsal, cuando se eleva, como una serpiente, hacia la garganta y la cabeza, y se convierte en el cáliz de una luminosa flor. La serpiente es un símbolo universal de la sabiduría arcana. Por eso al iniciado se le llamaba "serpiente" en los misterios egipcios. En la Escuela Cristiana se le denomina "Hijo del Hombre" y, cuando los Misterios que ella enseña hayan florecido completamente, habremos entrado en el Signo de Acuario o Edad del Hijo del Hombre.
         En el exaltado estado de conciencia alcanzado durante el ceremonial de la Cena, los discípulos pudieron ver los "registros cósmicos" y contemplar allí los acontecimientos que tendrían lugar en los años que les quedaban de vida. Entonces tuvieron la posibilidad de aceptar o rechazar libremente esos acontecimientos. El hecho de que escogieran aceptarlos, difíciles como eran de soportar, evidencia el elevado estado que habían logrado, ya que, en todos los casos, lo previsto conducía a persecuciones diversas y, frecuentemente, al martirio. Pero habían renunciado al yo personal; salieron como almas crísticas, tan fortificadas, que no importaba lo que le pudiera suceder al cuerpo físico; el alma seguía adelante, segura y serena, hacia el triunfo cierto.




EL RITO DE LA AGONÍA EN EL JARDÍN

         Desde la Sala Superior, el Maestro se encaminó, directamente, a Getsemaní. La agonía que allí experimentó marca otra etapa en Su Camino ascendente, tal y como ocurre en la vida de cada aspirante, cuando vive idéntica experiencia, en su viaje a lo largo del Sendero que conduce a la Iluminación.
         La Agonía de Getsemaní puede denominarse también el Rito de la Transmutación. Tras la elevación de conciencia adquirida en la Sala Superior y la adquisición de poder que lleva consigo, la siguiente etapa ascendente en el Sendero requiere que esa luz adicional y esa fuerza, se apliquen a la transmutación del mal y de las tinieblas existentes, tanto en nuestro interior como en el mundo, en bien y en luz. En el caso de Cristo Jesús, la agonía que experimentó fue el resultado de abrir Su puro y perfecto cuerpo al influjo de las corrientes del mal, de todas las categorías, que atrajo, procedentes del mundo exterior. Y recibió esas fuerzas en Su interior con el fin de elaborarlas alquímicamente e irradiarlas de nuevo al mundo transmutadas en fuerzas de rectitud. Tal es siempre el trabajo de los redentores de los hombres, sean de la naturaleza del Salvador del Mundo o sean de categoría inferior, pero que dedican sus vidas al amante y desinteresado servicio de los demás.
         El Maestro había confiado en que sus tres discípulos más avanzados, Pedro, Santiago y Juan Le asistiesen en Su Rito de la Transmutación. Pero, dado que no eran aún lo suficientemente puros e inegoístas, "se durmieron", o sea, que permanecieron interiormente ajenos al trabajo que se estaba llevando a cabo en el Jardín del Dolor.
         Getsemaní estaba en el Monte de los Olivos porque, como se ha dicho ya, era el lugar, de toda la Tierra, cargado de más elevada espiritualidad. Era el punto más indicado para que la agonía redentora pudiera ser soportada y consumada. El hecho de que la Tierra posea áreas en donde las fuerzas espirituales estén más fuertemente enfocadas y resulten más elevadamente cargadas, se corresponde con el de que el cuerpo humano posea centros localizados de percepción, tanto espirituales como físicos.
         Lo que Cristo realizó en el divinamente influenciado Jardín de Getsemaní, bajo los aleteos de ángeles y arcángeles, posee una inmensa importancia para toda la Humanidad: Marca el momento en que la evolución planetaria, en su conjunto, recibió un nuevo y poderoso impulso, destinado a conducirla a otra etapa en su siempre ascendente marcha.
         Pedro experimentó este Rito de la Agonía tras su triple negación, cuando, lleno de contrición, regresó al Jardín y enfrentó allí su propio Getsemaní. Allí, en aquel lugar altamente cargado y en comunión con huestes invisibles, Pedro, mediante el arrepentimiento y la purificación de su corazón, elevó su conciencia tan alto que ello le permitió estar luego preparado y recibir ayuda para la elevada Iniciación que le esperaba en el intervalo entre la Resurrección y la Ascensión.
         Juan, el amado, y María, la santa Virgen, hicieron frecuentes peregrinajes al Monte de los Olivos, vibrante de poder espiritual, cuando el Maestro ya no caminaba a su lado en cuerpo físico. Allí, las puertas del cielo se abrían y los ángeles y arcángeles bajaban a comunicarse con los hombres. Las leyendas místicas de la iglesia primitiva contienen muchas referencias a las reuniones celebradas por María, con los discípulos, en el Jardín de los Olivos, reuniones relacionadas siempre con algún aspecto del trabajo de Transmutación.
         El olivo posee raras propiedades ocultas y es uno de los árboles frutales más altamente sensibilizados. Crece sólo en áreas especialmente favorecidas. Se encuentra entre los pioneros del reino vegetal y, a lo largo de las edades, se le ha asociado con la curación y la regeneración, cualidades éstas inseparablemente unidas al proceso de transmutación. Por eso hay otras leyendas que aseguran que, tanto la cruz como la corona de espinas, símbolos de la consecución que sigue al proceso de Transmutación, estaban hechas de madera de olivo.


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