miércoles, 23 de marzo de 2016

El Amanecer de Pascua


EL AMANECER DE PASCUA

El Rito de la Resurrección es el Rito de la vida impersonal. Durante la experiencia de la Muerte Mística, el discípulo se conciencia de las ilusiones de la materia y de las limitaciones de la vida finita. La conciencia de la Resurrección produce la comprobación de la unidad de toda la vida en Dios. La piedra de separación ha sido removida. Por eso, quien ha pasado por esta sublime experiencia, sabe que ningún daño puede afectar a una `parte sin herir al todo, y que nada bueno puede suceder a uno sin que, al mismo tiempo, beneficie a todos.

Quien llega a conocer la gloria de la resurrección no puede ya herir o matar, ni siquiera a sus hermanos menores del reino animal, puesto que ellos también son expresión viviente de la misma vida que vive y se mueve y tiene su ser en el hombre. Con la conciencia de la resurrección, la pasión del cuerpo de deseos no regenerado se convierte en compasión del espíritu, que todo lo abarca. El recién nacido es bañado en la dorada refulgencia del Cristo Resucitado, y se hace uno con Él, en la comprobación de que la muerte se ha ido convirtiendo en la victoria de la vida eterna.

La meditación sobre la trascendental experiencia de la Resurrección proporciona una mayor comprensión y reverencia por el significado interno de aquel saludo que los cristianos esotéricos se dirigían, durante la radiación del amanecer de Pascua, a la luz de su propia iluminación interior: "Cristo es nuestra Luz".

Durante los años siguientes, la noche del Sábado Santo y la mañana del día de Pascua fueron tiempos de Iniciación para las almas avanzadas, cuyas vidas y obras se mencionan en los Evangelios. Y debe haber habido otros muchos, no mencionados, a tenor de las palabras del Evangelio de Juan: "Muchas otras cosas hizo Jesús en presencia de Sus discípulos, que no están escritas en este libro". Aún más tarde, San Gregorio escribió un hermoso himno describiendo la santa dedicación de María a la mística salida del sol, mientras que, antiguas leyendas aseguran que fue a ella a quien el recién resucitado Maestro se le apareció en primer lugar.

María, la Virgen, pasó por el Tercer Grado o Grado del Maestro a los pies de la cruz; y María Magdalena, al amanecer del primer domingo de Pascua, cuando encontró al Maestro en el jardín.

En este grado, la conciencia es elevada a planos espirituales superiores. Ello es sólo posible bajo la supervisión de un Maestro. Por eso, antes de que tal elevación de conciencia se produjera, María no reconoció a su Maestro en Su resplandeciente cuerpo espiritual, y sólo cuando la ayudó a elevar gradualmente su conciencia a los planos en que Él estaba funcionando, lo reconoció en Su gloria trascendente. Fue entonces cuando ella se postró de rodillas, con humildad, y se dirigió a Él como "Raboni", que significa "elevadísimo Maestro".


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